Fin de curso. Un concepto abstracto que es capaz de hacer que la mente de un/a alumno/a sepa a que huelen las vacaciones, el tiempo libre, la diversión y demás conceptos causantes de tanta felicidad. Y esto no pasa solo en los alumnos, también pasa en adultos. Cuando oímos vacaciones rápidamente nos trasladamos a momentos de tranquilidad con un libro en la playa, a una cena con los amigos o, simplemente, a un tiempo sin hacer absolutamente nada relacionado con lo que hacemos habitualmente.
Pero, y sin ánimo de causar pensamientos negativos, en este post quiero analizar el esfuerzo que conlleva la vuelta al trabajo/colegio. A un adulto, esa carga de volver a la rutina de siempre puede incluso ser más dolorosa que para un niño/a, pero el adulto, al volver, será capaz de volver a realizar la misma actividad que realizaba antes del parón vacacional. En cambio, un niño/a puede tardar medio año en volver a coger la rutina académica que el año anterior logró conseguir.
Hablamos de dos meses de vacaciones. Dos meses en los que los/as niños/as pueden lograr una desconexión total de su vida anterior y dicha desconexión es un arma de doble filo. Por una parte, es necesaria. Necesitan disfrutar de su juventud y de su tiempo libre. Pero, por otra parte, también puede producirse el olvido de los conocimientos adquiridos durante el curso. Al final de cuentas, no podemos olvidar que están en un momento de sus vidas crucial para el aprendizaje. Son esponjas que aprenden cuanto más se empapan y estar dos meses sin probar el agua es demasiado tiempo.
No hablo de tenerlos/as ocho horas estudiando o haciendo deberes. Hablo de «un mantenimiento». De conseguir que lo adquirido durante el curso no se esfume, de conseguir que lo que han aprendido continúe.
Porque, lamentablemente, nuestro sistema educativo no consigue que los alumnos aprendan. Se da con un canto en los dientes con que estudien, escupan y aprueben. Y así pasa, todos los años se parte desde el mismo sitio. En secundaria todavía se necesita trabajar contenidos dados en primaria para poder dar los de dicho ciclo.
En definitiva, las vacaciones están para disfrutar y para seguir empapándose. Una cosa no quita la otra. Solo hay que imaginar lo que costaría acabar una gran construcción si cada año se parase dos meses la obra.